Suele ocurrir de varias maneras, pero la más cobarde de abandonar a una persona, es dejarle de hablar sin darle una explicación, irse sin avisar. Primero dice que se muere por ti. Después, que se quieren morir contigo. Pero al final, tú me has dejado aquí para morir solo.
Nunca nadie me advirtió antes sobre crear adicción a ciertas cosas o a las sobredosis, como por ejemplo, tus ojos color de cielo oscuro en una tarde nublada, tu linda mirada triste, tu corazón complicado y carente de amor.
Hoy necesito que alguien me aleje ya el agua del vino, para que tu retorno sea la señal exacta que marque el fin de mi abandono, para que mi boca sedienta sea la bandera, el signo, la rama venenosa, la hora ardiente, la hora, en fin, de detener el diluvio, de esconder las fuentes, de hacer carbón del agua y cenizas del vino.
Requiero urgentemente que alguien se atreva a alejar de mí todos los frutos mágicos del universo, de manera que mis labios ebrios de amor sólo puedan encontrar en ti lo candente, para que seas de azufre y tu cuerpo sea de llamas sobre un cuerpo de agua.
Será que tu no comprendes, amor de mi vida, que la tarea más laboriosa de los amantes no consiste en hacer el amor, sino en deshacerlo en pedazos a la luz incierta de la madrugada o al descortinar el alba casi mundo ya, instantes mágicos donde todos necesitamos un de cómplice, o de alguien que nos ayude a usar el corazón para sentir todo en un roce apenas, en un contacto inflamado, en un apretón conspirativo, en la simple mirada, para dejarnos morir de amor en un palpitar, en un aullido con silenciosa voz.
Hoy no quiero seguir soñando que tú volverás. Mejor, despiértame con tu llegada.