Desamor


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Vaya esa suerte mía, ya que tengo libertad para elegir como pensar, como pasar el tiempo que me resta y cómo afrontar la vida. Dicen que para una mente amplia, nada es pequeño en este mundo incrédulo.

Estoy cansado de amores fugaces. De ahora en adelante  buscaré solamente un amor que sea a fuego lento. Un amor en el cual sus besos sean como carbones ardientes que me traspasen y los pueda sentir en el alma.

Nunca más buscaré una persona perfecta para quererla a mi lado. Intentaré descubrir a quiera dedicarse junto a mí a hacer simplezas por la vida. A alguien que me trate bien y que le encante estar conmigo.

Usted sabe que en esta excursión hacia la muerte que es la vida, ya me sentí bien acompañado junto a usted, pero hoy me siento casi sin respuestas cuando imagino que allá lejos, allende del horizonte gris, quizás usted crea poco y nada en mis dogmas antes de dormirse, como quizás no le importe cruzarse fugazmente conmigo en los pasillos de mis sueños.

Quizás esté demás decirle que por su causa, a esta altura ya no creo en predicadores ni en ordinarios ni en oradores de oropel. Como tampoco creo en el arrepentimiento de los verdugos y los impíos, o en el doctrinario catecismo del conformismo de los abnegados, ni en el flaco perdón de Dios, ni en quien jura amor y luego se olvida.

A esta altura de la vida sólo creo en las manos que me tocan y en los ojos que me miran. En especial, diría que en vuestros ojos y en vuestras manos en particular, visto que toda usted es como la ambivalencia poética de la cicatriz, que tiene dos mensajes claros: aquí dolió, aquí sanó.

Pero como lo nuestro aun no sanó ni sanará tan fácil, brindemos ahora usted y yo por lo que fuimos y ya no volveremos a ser, por lo que me dio y le di, mismo que ninguno de los dos supiese percibir a tiempo que nuestro amor existió por lo que fue en su momento.

Brindemos asimismo por ese vuestro desamor y por la nostalgia del ayer, por ese orgullo que usted no abandonó y  por la insistencia que yo no supe guardar.

Dejémonos un beso final de los míos que usted no besó y  por sus besos que ya no besaré nunca más.

El Eco del Silencio


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Algunos sostienen y dan fe, que asistir la muerte lenta de las cosas bellas no es lo que más nos duele. Y es verdad, porque insensibles, no percibimos como se van muriendo las cosas simples de la vida. Hablo de esas cosas chiquitas que nos alegran y nos despiertan una sonrisa breve, pero que tantas y tantas veces las dejamos pasar sin verlas ni disfrutarlas, atrapados que estamos por la rueca de la rutina que nos lleva en dirección contraria.

En realidad, no hay que vivir ni sentir el tiempo como destructor de sueños, sino que hay que caminar por la vida deseando que esos sueños se vayan cumpliendo de a uno, todos. En el recuento final, el tiempo, devorador de vidas, se quedará sin ellos, porque los hemos guardado nosotros mientras seguíamos caminando y tejiendo otros sueños.

Muy pocas veces tenemos ojos para distinguirlas, pero las cosas simples de que hablo, son aquellas con las que estamos predestinados a vivir, todas esas cosas que fluyen naturalmente y que pasan tan desapercibidas, que no nos damos cuenta cuando estas un día se acaban. Son cosas tan naturales, que ellas parecen hacer parte de nuestra propia esencia desde que vinimos al mundo, por lo se torna difícil darles un nombre o definición específica, puesto que al ser casi algo de nosotros mismos, son una experiencia única para cada persona.

En definitiva, el amor es una de ellas, porque casi nunca nos damos cuenta cuando empezamos a amar o caemos de rodillas ante una pasión, y por eso no logramos dar una definición clara sobre lo que sentimos.

Sin embargo, no percibimos lo cuan fácil es amar, no solamente a una persona especial, familia, amigos, sino las cosas, los lugares, los momentos. Todo lo que nos hace bien se puede resumir fácilmente en amor, aunque para cada persona éste se muestre diferente y se presente de formas desiguales.

Por tanto, el amor es simple, lo complicamos nosotros con tantas vueltas y revueltas, con tanto decir y desdecir, con tantas palabras y reproches, y perdemos la oportunidad de observar cuántas veces se hace amor el silencio.

La Alarma


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Quiérase o no, uno siempre termina por acostumbrarse a que cuando suena la alarma interior que llevamos dentro y ésta se ha convertido en un estilo de vida que nos obliga a vivir en un permanente estado de alerta, casi siempre la imaginamos la antesala de la muerte.

Todos entienden por alarma, la señal o el aviso que nos advierte sobre la proximidad de un peligro cualquiera, por lo que debemos seguir ciertas instrucciones de emergencia dado que se ha presentado una amenaza inminente.

No me refiero exactamente a ese fragmento virtual que está instalado en el corazón de un individuo apasionado, visto que, técnicamente, intuimos que un sistema de alarma corresponde a un dispositivo material de seguridad pasiva, aunque estos aparatos no eviten tener que enfrentarse a una situación anormal, pero que sí están aptos para advertirnos un peligro, cumpliendo así, una función disuasoria frente a posibles problemas anormales para el usuario.

Sin embargo, dentro del desvarío humano que causa el amor, hacemos oídos sordos a nuestra alarma inmaterial, aunque por veces ésta también suele fallar, y existan casos extremos en que el alerta tácito no ocurre de modo alguno, por lo que dejaría nuestros sentimientos a la intemperie para sufrir las inclemencias de la pasión, otro tipo más endémico de la antesala segura de la muerte.

En algún día de nuestra vida, a todos se nos ocurrió jugar con el fuego de la candela durante el desarrollo de alguna conquista amorosa donde, mismo sabiendo que la relación no era exactamente lo que soñábamos, seguíamos enfrente con la firme esperanza de que la relación pudiese funcionar mañana, y así continuamos a jugar con fuego pensando que nunca nos quemaríamos, rebuznando ante los señales de alerta que nos avisaban que ese tipo de amor no nos convenía, y, de oídos sordos, convertirnos en una letra de tango de un vals de una nota sola en indiferente melodía.

Endeudamiento


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Todos tenemos alguna deuda pendiente que pagar. Pero mismo que exista la culminación lógica llamada muerte, un tema más claro que nieve blanca, si todavía no la hemos abonado, lamentablemente la tendremos que llevar junto a otra vida para saldarlas.

Muertes las hay de todo tipo. Sin embargo, cuando ésta burla nuestra vida cada vez más frágil pese a los avances científicos, el etéreo destino nos acaricia el hombro y el mundo se evade al instante en una nada. Se puede morir de mil formas: de un síncope, de hipertensión, de un tiro o una puñalada, o hasta de amor, lo que para muchos sería un final benigno si hay reciprocidad, si bien para otros puede resultar casi como un regalo maldito.

Con todo, las deudas suelen jugar un rol central dentro de la anarquía en que vivimos. Éstas no son más que un compromiso de pago obligatorio entre dos entes que son representados por humanos, donde el que ha pedido es el deudor, el que ha entregado o prestado es el acreedor; y lo que ha de ser entregue puede ser cualquier tipo de bien, tangible o intangible, incluso una solicitud de amor.

Cuanto a este último tipo de deuda, casi siempre suelen realizarse pronósticos, si bien algunos son tan falsos como billete de tres pesos, ya que proponen una dicha mentirosa o el adelanto de una pasión que no era tal. No son más que copias fidedignas de un deseo pasional o una imitación de lo inimitable, porque su sentido real, único, original de la emoción verdadera, quedó allá lejos, perdido en el silencio del olvido.

Esencialmente, se podría afirmar que ciertas deudas de concepto moral provenientes del mal de amores, son de por sí obligaciones imposibles de cuantificar o reembolsar de acuerdo con la magnitud de las declaraciones que fueron condicionadas previamente; un trágico momento en que el acreedor o acreedora ve su corazón desfallecer, por lo que de la escatima solamente le sobrará remordimientos y diez dedos de desconsuelo.

Lo que le sobra, en verdad, es una deuda pendiente que en algún momento el corazón desamorado habrá de saldar.

Caligenefobia


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En la jungla del asfalto podemos encontrar de todo, ya que todos quienes vienen a este mundo por casualidad y sin mismo desearlo, pueden ser míseramente contaminados por el medio que los rodea, antes de ellos sentir la aciaga caricia de la muerte.

No todos son de la misma calaña, pero, entre todos, los que más llaman la atención son los hombres que se ven afectados por la Caligenefobia, una fatídica aversión que algunos conocen por el nombre de Venustrafobia, y hasta por Complejo de Licea, que no es más que una maldita y extraña manía que está afectando a casi el uno por ciento de los masculinos del planeta.

Se acredita que muchos de los que poseen esa aversión irracional y sórdida, son confundidos de inmediato con individuos que no están posicionados ni a la derecha ni a la izquierda de un género definido, sino que prefieren situarse en la columna del medio, aunque lenguas maliciosas digan que ellos permanecen dentro del armario.

Puede sonar inverosímil, pero lo cierto de todo esto, es que a pesar de su nombre complicado, la caligenefobia es algo que se está volviendo bastante común, puesto que se caracteriza como una fobia, o miedo extremo, que los hace abandonar de vez su vocación de cuna, hecho insensato que los lleva a desplegar una incapacidad injustificada para interactuar normalmente con mujeres muy bonitas o apenas hermosas.

Ya hay quienes juzgan que la salvación para esas almas contaminadas sería arrancarle los ojos, pero resulta que en los últimos lustros esa posibilidad ha entrado en desuso. Por tanto, es necesario estar atento a los síntomas de esta ojeriza que, generalmente, se manifiesta peripatéticamente con falta de aire, arritmia cardíaca, ansia, manos sudorosas y otras sintomatologías físicas comunes a todas las fobias, que aparecen apenas se mira a una mujer súper bonita.

Pero, ojo, porque no es sólo uno cruzar la mirada con una Divinidad monumental y cinematográfica, sino que basta la simple ojeada a una fotografía, inclusive aquellas que no tienen el retoque mágico del Photoshop.

La salvación para este mal no se encuentra en la iglesia de la esquina, ya que el tratamiento del disturbio requiere acompañamiento psicológico. Esos peritos en la cura de los motines de la mente ajena, hacen que los hombres fóbicos se vean expuestos durante largo periodo a fotos y videos de mujeres bonitas, muchas mujeres bonitas, para que logren superar esa situación de miedo que padecen.

Sin duda éste es un problema mayor para las Iglesias, aunque ya no sé decir qué es mejor, si padecer el mal, o el deleite del tratamiento.

Constancia


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Tengo lo que tengo y nada más, pese a que ciertas veces mi mente trepide afligida entre la consolación y el llamado desconsuelo. Pero lo más curioso, es que nada en el mundo sustituye a la constancia.

Siento que por veces me duelen las sienes, no a causa de cualquier achaque, sino por una angustia que se origina en mi constante búsqueda por ese precario equilibrio que intenta fluctuar como nube lánguida entre remordimientos viejos que en su momento han quedado incrustados como reliquias que alguien engarzó en mi mente.

No es de dudar entonces, que mis raciocinios insistan en conducirme al sacrificio, pero doy gracias a ese menudo salvavidas que poseen mis sentimientos, y con él me evado como puedo de esa libación, para de a poco emerger del pozo como un náufrago empapado por tímidos sudores de dolor.

Anhelo lograr un día estrechar un entendimiento que sea definitivo con mis sordas voces internas; pero, mientras tanto, cargo con ellas por el mundo, sintiéndome un poco desolado, ya que ansío verdades y no reflejos, de los hechos y aun no desechos, de esas presencias fantasmales, retratos nebulosos y a la vez espejo de lo que vieron un día y de lo que ya no está, pero que me siguen y persiguen y, si bien estos no resultan una compañía clamorosa, de poco y nada me sirven sus parodias de muerte.

En suma, he logrado darme cuenta, quizá no a tiempo, que únicamente la constancia y la decisión lo consiguen todo. Esto se debe a que el talento no es capaz de sustituirlo, pues nada es tan corriente como los inteligentes frustrados que nos circundan. El genio tampoco lo es, ya que resulta ser típico el caso de los genios ignorados que con pasos errantes deambulan por el mundo. Ni siquiera la educación está capacitada para sustituir a la constancia, ya que el universo está lleno de fracasados bien educados.

Dejando de lado esas continuaciones, logré convertirlas en trazos lineales del tiempo, imitación de lo inimitable, y siento que hoy ya estoy más lejos, y más seguro.

Pensando en Ti


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No tenerte a mi lado, plétora de mi vida, es una manera de entregarme a vivir el paradigma de una muerte lenta y segura. Hoy me he transformado en un cartujo. Soy una hoja marchita de una flor que perfume ya no tiene, un patético despojo del huracán de pasión que un día pasó robándome el corazón.

Tengo certeza que de ahora en más, por doquier que vaya con mis glorias y congojas, las calles me recibirán haciéndome mil preguntas. Extrañarán no vernos pasear de manos dadas por sus esquinas. Sus ensombrecidas puertas, ventanas y balcones ya no vigilarán con su valor aprensivo nuestros besos y murmullos de amor repletos de promesas. Les extrañará no escuchar el eco de nuestros pasos, lentos y pánfilos, resonando sobre los adoquines y las baldosas, ni nos verán detenernos reservados bajo un farol mientras nos entregábamos al idilio de nuestra pasión.

En ese mundo de taciturnas visiones infernales que hoy habita dentro de mí desde que te has marchado, cariño mío, únicamente mi ángel de la guardia dulce compañía, vigila mis horas de dolor desde algún dintel o marquesina donde sentimental anida, para quizás en algún momento acercarse a mí, susurrándome que de hoy en adelante, el umbral de esta puerta sólo Dios lo traspasará.

En el mar de la duda en que hoy bogo, ya no sé más lo que creo y sostengo; pero, eso sí, durante las noches, mis eternas noches en vela, cuando entonces miro el cielo, en el fondo oscuro del firmamento veo mil estrellas temblar como ardían tus pupilas de fuego, y se me antoja posible subir en un vuelo mágico para abnegarme a su luz, y con ellas fundirme en un beso.

¿Será verdad que cuando toque el sueño con sus dedos míticos mis ojos, de la prisión que hoy habita huirá mi espíritu en vuelo presuroso?

Adiós


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Me pregunto quién, en sus plenos cabales, ha de tener el coraje de amarte mañana como hoy te amo yo, pues si bien nadie sabe lo que a nadie digo, las noches enteras son cortas para soñar contigo, y el día todo no alcanza para pensar en ti.

Perpetua nómade en el jardín de mi memoria, soberana que reinas esplendorosa en el castillo de mis sueños, puede que te resulten algo tardías mis agonistas palabras, pero tengo que reconocer que tú eres de esas mujeres que agradan más al corazón que a la vista, que primero se meten silenciosas por el alma y después por los ojos, de esas que son como gaviotas en la playa que en sus arenas dejan huellas que revelan un amor sincero.

Entristecido, lo confieso con nostalgia, hoy me miran con tus ojos las estrellas más brillantes mientras mi corazón sombrío te busca en llantos; fue tanta la pasión que tú anudaste a mi alma cuando percibí que ambos andábamos por ahí en la vida sin buscarnos, que pronto comprendí que estaba escrito que un día acabaríamos para encontrarnos, así como lo hace el trigal y el sol, como mariposa y flor.

Fue extraño cuando todo sucedió, por haber encontrado de casualidad todos mis deseos en una sola persona. Pero ya sin ti, me toca vivir ahora un profundo silencio poblado de retumbos, oscuras horas de nostalgia, infinitas horas de soledad… Pregúntale a la luna, ella es testigo terco de mis noches enteras pensando en ti.

Has sido mi mejor tiempo perdido, mi acierto más errado, mi desvelo lleno de insomnio, mi cáliz de veneno dulcificado. Llegaste a ser la piedra con la que tropecé por voluntad propia, una adición de sueños que terminé perdiendo, la claridad más oscura, un grito inaudible en medio del silencio, la luz del universo que resplandecía en mi alma.

Ahora, claudicante entre los despojos, sois el futuro que murió antes de llegar, un errático camino que estaba destinado a terminar. Fuiste todo y hoy ya no eres nada. Solo me ha restado un adiós en defensa propia y un ayer que no tendrá mañana.

Quizás te diga un día que dejé de quererte, aunque siga queriéndote más allá de la muerte; y acaso no comprendas en esta despedida, que aunque el amor nos une, nos separa la vida… Hoy puedo decir que tú y las estrellas lo eran todo.

Palabras, Siempre Palabras


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No somos nada sin el candor y sin la palabra que nos deje vida. Pasión, ternura, soledad y muerte complementan la poesía de mi vida y se han transformado en odas para las noches oscuras sin luna y sin sueño.

Con todo, ese plectro no es más que la voz del amor, de los huesos y de la sangre, de los sueños que se tornaron posibles o resultaron imposibles, los mismos que día tras día se han ido depositando como pedruscos sueltos a un lado de mi camino.

Es el sentimiento asidero del canto del tiempo que fluye gradualmente en nuestro río mágico de la memoria. Como si fuesen primaveras que cubren los dolores del alma, o como vivos rayos de sol que derriten nubes de sufrimiento.

Peregrinando por el camino de la vida, fui aprendiendo que no debo acumular más dolor en mi cuerpo, y por eso suelo soltar pequeños pedacitos de lluvia por las noches.

Pero a la par de esa menudencia de partículas de rocío de atrición nocturna, realizo mi acto de contrición e intento perdonarme siempre y recordar a quien amé en mis días sin sol, reviviendo los escarmientos que esos intensos amores han quedado gravados en mi alma mientras voy besando en silencio cada tiempo que ellos me regalaron.

Sin ofuscar ni entorpecer mi mente, me he dado cuenta que el silencio es el único que logra contestar las preguntas del pensamiento. No es por nada que ambos son cómplices callados de la palabra.

Hoy conservo ingeniosamente todos sus mensajes, y los he guardado en un lugarcito especial de mi corazón, el que junto a mi recuerdo, siempre siempre están dándoles calor. Al fin de cuentas ella me amó tanto en palabras, que nunca se olvidó de amarme en actitudes.

Arenal de Sueños


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Ya no me alcanzará la triste noche, si recostado en mi cama como playa de blancas arenas, dejo que las tibias olas de tu mar de amor platinado por la luna al pie de infinitas estrellas, bañe mi cuerpo y refresque mi alma con tus besos de espuma.

Aguardo impaciente la barcarola de tus susurros para regresar ansioso de otros viajes y dolores, cediendo a que el vals de la serena luna doble mi cabeza soñando sobre tu pecho de flor nocturna.

Deseoso estoy para que los desvelos de mi vida se deshagan de pronto en añicos, cuando tu mano que vive y vuela, abran los puños delicados dejando caer en mi piel señales sin rumbo que amparen la noche de este viajero dormido.

Iremos juntos a viajar entonces a través de las aguas del tiempo, en cuanto yo sigo el agua que llevas y que me lleva por la noche entre olas de pasión, por el mundo, hasta que el céfiro de la muerte nos envuelva en el destino.

Quiero que vivas amada mía, en cuanto yo, adormecido, te espero en los sueños de la madrugada. Quiero que tus oídos continúen oyendo el viento de mis clamores de ardor mientras hueles este amor de mar que aprendimos a amar juntos, y que sigas pisando la misma arena que nuestros cuerpos se acostumbraron a pisar un día.

Hoy, ausente de mí, sé que por otros sueños tu corazón navega. Cierra tus párpados, cierra ya esos sueños y entra con tu cielo en mis ojos. Dormirás ahora con mi sueño, e iras, iremos juntos los dos, a navegar por las aguas puras como ámbar dormido.

Entonces ya no seré apenas tu sueño, y viajaras de manos dadas siempre viva, siempre sol, siempre mar, siempre luna.

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