El Eco del Silencio


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Algunos sostienen y dan fe, que asistir la muerte lenta de las cosas bellas no es lo que más nos duele. Y es verdad, porque insensibles, no percibimos como se van muriendo las cosas simples de la vida. Hablo de esas cosas chiquitas que nos alegran y nos despiertan una sonrisa breve, pero que tantas y tantas veces las dejamos pasar sin verlas ni disfrutarlas, atrapados que estamos por la rueca de la rutina que nos lleva en dirección contraria.

En realidad, no hay que vivir ni sentir el tiempo como destructor de sueños, sino que hay que caminar por la vida deseando que esos sueños se vayan cumpliendo de a uno, todos. En el recuento final, el tiempo, devorador de vidas, se quedará sin ellos, porque los hemos guardado nosotros mientras seguíamos caminando y tejiendo otros sueños.

Muy pocas veces tenemos ojos para distinguirlas, pero las cosas simples de que hablo, son aquellas con las que estamos predestinados a vivir, todas esas cosas que fluyen naturalmente y que pasan tan desapercibidas, que no nos damos cuenta cuando estas un día se acaban. Son cosas tan naturales, que ellas parecen hacer parte de nuestra propia esencia desde que vinimos al mundo, por lo se torna difícil darles un nombre o definición específica, puesto que al ser casi algo de nosotros mismos, son una experiencia única para cada persona.

En definitiva, el amor es una de ellas, porque casi nunca nos damos cuenta cuando empezamos a amar o caemos de rodillas ante una pasión, y por eso no logramos dar una definición clara sobre lo que sentimos.

Sin embargo, no percibimos lo cuan fácil es amar, no solamente a una persona especial, familia, amigos, sino las cosas, los lugares, los momentos. Todo lo que nos hace bien se puede resumir fácilmente en amor, aunque para cada persona éste se muestre diferente y se presente de formas desiguales.

Por tanto, el amor es simple, lo complicamos nosotros con tantas vueltas y revueltas, con tanto decir y desdecir, con tantas palabras y reproches, y perdemos la oportunidad de observar cuántas veces se hace amor el silencio.

Aprendizaje


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No me extraña que ciertas personas pierdan su tiempo durante la vida entera luchando contra lo que sea que les amargue la existencia; en cambio, yo nunca he tenido ningún tipo de resentimiento hacia el destino y sus más diversos avatares e infortunios.

En mi caso específico, estimo que algún dios anónimo ha puesto a las personas adecuadas en mi camino, y que algunas de ellas me enseñaron el verdadero significado del amor, en cuanto otras tantas me han mostrado que no debo entregar demasiado el corazón.

Cuanto a éstas primeras, me muestro conforme para afirmar que ellas son como fotografías ambarinas que he conservado en mi mente, y las que me han dejado un poco de amor, afecto, lealtad, cariño, simpatía; personas que de ninguna manera se pueden olvidar.

Incluso, aprendí que los ex amores no fueron errores, y hasta me arriesgo a decir que a pesar de todo, ellos me han dejado sabias lecciones, y que los distintos tropiezos que tuve han permitido que cada vez duelan menos las caídas, porque al final siempre llegan a sanar las heridas y, aunque nada se olvida, debo recordar siempre sólo lo que en un cierto momento alegró mi vida.

Con el tiempo aprendí también que nada puede llegar a golpearme, al menos que yo lo permita. Aunque sobre todo aprendí que antes de amar a alguien debo aprender primero a amarme a mí mismo.

Y así, de pormenor en pormenor he ido descubriendo, además de mi alma, el exterior y la intimidad que me rodea, o quizás debería decir el milímetro de universo que me tocó en suerte cuando Dios hizo el reparto. Como sea, bien sé yo que muchas veces me sentí prisionero de una circunstancia que no busqué sino que ella me buscó. Pero eso ya no me aflige, porque al final acabé descubriendo que varios pormenores al fin suelen convertirse en asuntos pormayores.

Por tanto, concluyo que cuando uno finalmente aprende a amarse, son pocas las cosas que logran lastimarnos, y que hay ciertos amores que mismo que uno desafine de manera grosera la armonía de la melodía, dejan una canción para siempre.

Tic-Tac


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Lo común es convenir que tenemos tiempo para todo, mismo que por veces ese lapso de vida no nos alcance para nada, aunque millones de artilugios ingeniosos inventados por el hombre se dediquen a medir y estimar el tiempo con exactitud extremada.

Claro que el tiempo es de por sí una dimensión física en la cual es posible medir la duración o separación de los más diversos hechos y acontecimientos, sujetos a cambios y variaciones, de los sistemas sujetos a observación. Lo que, dicho en mondas palabras, no es más que un periodo que transcurre entre el estado del sistema cuando éste presentaba un estado específico y el instante que fue fijado registra una variación perceptible para quien lo observa.

Por su vez, es ese espacio que llamamos de tiempo, el que nos permite ordenar los diversos sucesos de la vida en secuencias, estableciendo para todo un pasado, un futuro y un tercer conjunto de eventos que no son ni pasados ni futuros. Celosamente, en la dinámica clásica se ha definido que esta tercera clase se llama “presente”, un espacio de tiempo que estaría formado por eventos simultáneos.

En contrario de lo inicial, también hay quienes piensan que el tiempo pasa volando, por lo que deducimos que estos jamás han estado en un rincón de la naturaleza donde el tiempo suele detenerse y el corazón paralizarse.

Sin embargo, ese espacio específico que todos hemos pactado denominar “tiempo”, suele ser todavía un lapsus calami variable en su conjugación, pues éste puede resultar demasiado para el que espera, extenso para el que sufre, corto para el que ríe y muy rápido para el que ama… Demasiado rápido, pienso yo, mismo que cada corazón tenga sus propios vaivenes y agitaciones, que es como decir sus pormenores.

En fin, el tiempo es como el viento, que empuja y genera cambios para de pronto sentirnos prisioneros de una circunstancia que no buscamos sino que nos buscó.