El Eco del Silencio


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Algunos sostienen y dan fe, que asistir la muerte lenta de las cosas bellas no es lo que más nos duele. Y es verdad, porque insensibles, no percibimos como se van muriendo las cosas simples de la vida. Hablo de esas cosas chiquitas que nos alegran y nos despiertan una sonrisa breve, pero que tantas y tantas veces las dejamos pasar sin verlas ni disfrutarlas, atrapados que estamos por la rueca de la rutina que nos lleva en dirección contraria.

En realidad, no hay que vivir ni sentir el tiempo como destructor de sueños, sino que hay que caminar por la vida deseando que esos sueños se vayan cumpliendo de a uno, todos. En el recuento final, el tiempo, devorador de vidas, se quedará sin ellos, porque los hemos guardado nosotros mientras seguíamos caminando y tejiendo otros sueños.

Muy pocas veces tenemos ojos para distinguirlas, pero las cosas simples de que hablo, son aquellas con las que estamos predestinados a vivir, todas esas cosas que fluyen naturalmente y que pasan tan desapercibidas, que no nos damos cuenta cuando estas un día se acaban. Son cosas tan naturales, que ellas parecen hacer parte de nuestra propia esencia desde que vinimos al mundo, por lo se torna difícil darles un nombre o definición específica, puesto que al ser casi algo de nosotros mismos, son una experiencia única para cada persona.

En definitiva, el amor es una de ellas, porque casi nunca nos damos cuenta cuando empezamos a amar o caemos de rodillas ante una pasión, y por eso no logramos dar una definición clara sobre lo que sentimos.

Sin embargo, no percibimos lo cuan fácil es amar, no solamente a una persona especial, familia, amigos, sino las cosas, los lugares, los momentos. Todo lo que nos hace bien se puede resumir fácilmente en amor, aunque para cada persona éste se muestre diferente y se presente de formas desiguales.

Por tanto, el amor es simple, lo complicamos nosotros con tantas vueltas y revueltas, con tanto decir y desdecir, con tantas palabras y reproches, y perdemos la oportunidad de observar cuántas veces se hace amor el silencio.

¡Vea! No es Difícil Arreglar al Mundo


No sé, puede que sea tan solo una ridiculez de mi parte ponerme a reescribir esto, pero se me ocurre que en vista de lo que acontece por ahí, no hay nada más apropiado para los días de hoy, que rescatar un cuento corto que se le ha asignado al magistral escritor, recientemente fallecido, Gabriel García Márquez. La historia es la siguiente:

Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Para ello, pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.

Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado.

Viendo que era imposible sacarlo de allí, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención. De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba.

Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta adhesiva se lo entregó a su hijo diciendo:

-Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie.

Para entonces, calculó que al pequeño le llevaría como 10 días componer el mapa, pero para su sorpresa no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.

-¡Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo!

Al principio el padre no creyó en el niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.

Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño.

Sin embargo, para su admiración, notó que el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares.

¿Cómo era posible?… ¿Cómo el niño había sido capaz?… De esta manera, el padre preguntó con asombro a su hijo:

-Hijito, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?

-Papá, -respondió el niño-; yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di la vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era.

-¿Verdad? -preguntó el fascinado padre.

-¡Sí, papá! Porque cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja, y vi que había arreglado al mundo.

Gabriel García Márquez

 

MORALEJA: Para arreglar el mundo, hay que empezar por arreglar al hombre.

 

En todo caso, creo que a esta parábola no hay nada que agregar.

(*) Si le parece, de una vueltita por http://guillermobasanez.blogspot.com.br/ “Infraganti!!! Imágenes sin retoque”, un blog con algunas imágenes instantáneas del cotidiano. Mis libros están en el sitio: www.clubedeautores.com.br/carlosdelfante