Entre Querer y Amar


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Presumo que usted todavía no esté lista para entender cuál es la efectiva diferencia entre amar, querer y estar enamorada, debido a su completa ingenuidad actual y a esa inocencia que los traspiés de la vida ya se han de encargar de destruir. Así como opino que no le basta con que haya escuchado hablar sobre el tema, ya que muchos suelen confundir los términos querer, amar y estar enamorado como si ello se tratara de lo mismo. En primer lugar, le diré que esas palabras son tres cosas distintas.

Por ejemplo, querer es un sentimiento introspectivo que nos impulsa a dirigir nuestro cariño y aprecio hacia una persona, a un objeto, a un lugar e inclusive a una situación. En cambio, amar va mucho más allá del querer, puesto que es un acto, es ser, es principalmente aceptación pura, libre de juicio, por lo que cuando experimentamos el amor, nos elevamos, y como consecuencia, esa práctica nos conduce a un elevado estado de conciencia, cuando no de demencia.

Por supuesto que cuando a uno se le ocurre externar el aspecto sentimental de los humores temporales de nuestro corazón, nos referimos a dos términos que suelen parecer lo mismo, y sin embargo no nos damos cuenta que existen grandes diferencias entre esas palabras que van más allá de los verbos “amar” y “querer” que regularmente envuelven nuestros sentimientos.

Al escuchar esos dos términos, luego los involucramos en cuestiones sentimentales, lo qué, si bien es correcto, al emplearlos para expresar todo el sentir de los profundos afectos, puede hasta sonar muy hermoso a los oídos de un incauto, no obstante el sentimiento a veces nos lleva a cometer un error, y esto nada más es que confundir el significado de los dos vocablos.

Amar, es un verbo que proviene de la palabra “amor”, que significa la acción de expresar un sentimiento intenso, que por su iniciativa busca encontrarse y unirse con otro ser. Es decir, que tiene una innata atracción, inclinación y entrega de una persona hacia otra, cuyo objetivo primordial es procurar la reciprocidad en el anhelo de la unión de dos seres. Y ese empeño implica comunicación, convivencia, complemento y una relación afectiva basada en la decisión y consentimiento de sus propias voluntades.

Por su vez, querer es también un verbo que significa que un individuo pretende cumplir su deseo. O, dicho en otras palabras, que él busca poseer o apetecer algo o a alguien, para su propia satisfacción personal. Es decir, que hay una inclinación, un interés, teniendo una connotación egoísta y posesiva. En suma, tenemos que el acto de amar es un sentimiento altruista y desinteresado, mientras querer es un deseo que implica buscar una satisfacción.

Ahora, enamorarse o estar enamorado, en cambio, es una obsesión que no tiene nada que ver con amar y muy pocas veces con querer. El hecho de alguien enamorarse implica luego en apego e ilusión, una proyección en alguna situación, persona o cosa, donde alguno pretende hacer coincidir artificialmente características de un modelo que fue idealizado en la mente del que sufre la obsesión o enamoramiento y el objeto real.

Es por eso que erróneamente decimos que el amor es ciego. Y no es así, ya que el amor no es ciego. Ciego nos hace estar enamorados porque ensoñamos un sentimiento en lugar de apreciar. Y me arriesgo a decir que a diferencia del enamoramiento, cuando amamos apreciamos las cosas, las ideas o las personas tal como ellas son, sin idealizarlas.

Lo que es muy diferente al querer, porque se aceptan las ideas, cosas o personas sin querer cambiarlas o dominarlas, o sea, que se aceptan con sus virtudes y debilidades. Y lo que es muy distinto del enamorado, que, dada su obsesión, proyecta su ilusión sobre otro ser, haciéndole coincidir artificialmente con las características de alguien que sólo existe diáfanamente en su mente a través de una previa construcción ilusoria, por lo que muchas veces este individuo suele exacerbar los atributos que considera positivos  y, sin otra, justifica, niega o ignora aquellas características que obvia pero que luego, con el tiempo, considerará “defectos”.

Así que, el enamoramiento tiende a durar poco porque el rigor del día a día va desvaneciendo la espesa niebla de la ilusión que impide ver quien lo padece, y, poco a poco, al pasar su “ceguera”, empieza a percibir aquellos aspectos que siempre estuvieron allí pero que habían sido pasados por alto, aquellos que jamás observó o tomó en cuenta.

En fin, los años ya le ensañaran a usted a descubrir esas sutiles diferencias, pero no se olvide que es preciso amor para hacer pulsar el corazón, se necesita paz para poder sonreír, y una lluvia de amor para hacer florecer una rosa como usted.

Mi Gloria


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Habían existido algunos prefacios y varias preliminares entre nosotros. Empero, cuando esa noche ella se desnudó, donde me aseguraba que le sobraban kilos yo juré que le faltaban besos. La besé sin pedir permiso y fue la gloria.

Creo que podríamos haber hablado de frío a no más de tres centímetros de distancia, e ignorar tiritando de deseo cuantos veranos fuesen posibles caber en nuestros abrazos.

Es más, hasta esa noche yo no había logrado entender el verdadero significado de la sed hasta no sentir sus manos acariciarme la nuca. Me di cuenta que de rodillas el cielo estaba exactamente a la altura de mis labios, mientras sus muslos se abrían como quien abre un inmenso paréntesis en el arcoíris, o como quien cierra un pasado.

Inclusive, podríamos habernos sentado a hablar de la lluvia, observar con la inocencia perdida nuestro reflejo en los charcos, pero decidimos ser los dueños de la próxima tormenta, porque desnuda ella me parecía una playa donde naufragan las islas.

Gemía, y toda la habitación bailaba como si ella tuviera en la garganta los acordes de mi vida. Como si la música no existiera sin su boca. Traduje sus suspiros al idioma del deseo y toda mi existencia se resumió a sus labios.

Nos leímos despacio, y me di cuenta que tenía adjetivos en las caderas que aún ni conocía. Tenía en las manos miles de puntos suspensivos, y en sus ojos había una infinidad de signos de exclamación. Decidí llenarle la vida de palabras esdrújulas, con sueños de verbos en futuro perfecto y un amor en el pluscuamperfecto.

Pero nada es infinito en esta vida, y tuve que cerrar el paréntesis después de silabear su nombre en un susurro. Como quien cierra una estrofa. Para quedarnos dentro, perdidos en un abrazo eterno. Pero si por acaso nos quedó algún recuerdo escondido, ciertamente las canciones lo han de encontrar mañana.

Revelo sin necesidad de alarde, que desde esa sublime noche nos pusimos a coser los meses de invierno en el quicio de la puerta e intentar descifrar la vida en el vaho de los suspiros, porque nombrarnos nos sabía cómo un beso largo en la boca. ¡Una gloria sin fin!

Mientras Dormía


26- mientras dormia

Se despertó casi súbitamente, pero tardó un instante en recordar adonde se encontraba y quién era esa mujer que dormía, desnuda, a su lado. La oscuridad del cuarto era total; el silencio, muy hondo. El aire de la habitación tenía olor a cal y portland, a albañilería reciente.

Detrás del silencio y como jugando con él sin romperlo, el hombre oyó el fatigado malhumor de aguas corriendo, el perene rezongadero de las olas en la noche calmosa. Un río corría cerca de la casa.

Permaneció quieto sin moverse durante varios minutos. Se sentía tranquilo, despierto, ligeramente ido o despegado de todo. Pensó que afuera habría un cielo sin luna y con la vislumbre azul de todas las estrellas. Imaginó que debería faltar mucho para el amanecer.

Le parecía extraño haber despertado tan limpiamente y a tal altura de la noche. Por lo general despertaba solo, en su cama, en el apartamento donde vivía en la ciudad, a media mañana y luego de una etapa de duermevela, y emergiendo a la luz del día con jirones y hebras de sueños como suciedades adheridas a su mente.

Se dijo que aquel despertar inusual lo debía a la presencia de la mujer. Lo debía sin duda, siguió cavilando, a que él, aun dormido, no había dejado de sentirla a su lado y tal vez de quererla. Pensó esto y otra vez más pronunció sin voz las sílabas que la nombraban, y casi de inmediato se dio cuenta que le nacían muchas ganas de tocarla.

También él estaba desnudo; movió un poco su cuerpo, con cuidado, para ajustarlo mejor al cuerpo cálido de la mujer. Era aquella una noche tibia, de fines de verano, y a ambos los cubría solamente una sábana, arrugada. La cama olía a hombre y mujer juntos, a hombre y mujer que han dormido y, sobre todo, que se han amado hasta el jadeo y el sudor.

El hombre recordó los juegos, las caricias, los cuerpos entrelazados y entregolpeados en la caricia última, y pensó, o semipensó, que estaba queriendo mucho a aquella mujer de sonrisa siempre dócil y ojos que a menudo se hacían como de mirar lluvia, a aquella desconocida que era su amante desde mediados de invierno.

Ocho sílabas eran el nombre y el apellido de la mujer; por dos veces las pronunció, sin voz. Después movió otro poco más el cuerpo, procurando arrimar algo más la piel suya contra la templada piel de ella. Y sonrió, se sonrió a sí mismo, en la oscuridad del cuarto, e inconscientemente extendió el brazo para encender la veladora.

Varias veces este hombre había visto dormir a esta mujer, pero nunca la había mirado dormida como la estaba mirando ahora. El sueño, la inmovilidad, la clausura de los ojos, la boca sin quehaceres, daba a su rostro una unidad que parecía definitiva y algo, mucho quizás, del misterioso ensimismamiento de los muertos. Era más que siempre esa cara, simultáneamente, un paisaje con un acento fugaz y esquivo y un perfil único en el mundo que a su vez era también irrepetible, el que estaba además como absuelta del tiempo, o simplemente evadida de un tiempo inocente o de fingida inocencia. Ninguna cara tan de ella y a la vez tan libre de la carne y la memoria, ninguna tan investida cifra suya, ninguna como para sentir al mirarla, como sentía el hombre, el llamado de un alma y un cuerpo confundidos fibra a fibra y fascinantemente singulares.

Se inclinó de leve sobre la mujer dormida. Creía adivinar que aquel rostro estaba a punto de decirle algo y que no se lo decía, o quizás se lo decía tan secretamente que él nada podía entender. Sentía que el amor crecía en su pecho pero asimismo que, falto de la complicidad esencial, no alcanzaba una presencia que pareciera con vida propia y donde ellos, como por añadidura, pudieran instalarse en un sistema de encuentros mutuos o una especie de comunión.

Quiso ver también el cuerpo de ella y tiró de la sábana, lentamente, para verlo todo descubierto. Los ojos mucho le dieron y mucho le negaron. No había, seguramente, en toda aquella piel que miraba un solo centímetro que él no hubiese acariciado o besado, pero ahora pedía a sus ojos mucho más de lo que sus manos y su boca habían podido darle. Como no pudo cerrarlos, la siguió mirando, y de nuevo intentó cerrarlos, en vano. Creyó ver que aquel cuerpo estaba allí como olvidado, como abandonado por error a una soledad devorante, y cerró los ojos. Se dio cuenta que en los ojos estaban todas las verdades que la boca no suele decir.

Sin duda ella registró desde su sueño la mirada del hombre sobre su cuerpo, porque estiró las piernas, largas, giró un poco el torso, y sus manos sonámbulas recogieron casi hasta la garganta el borde de la sábana. Él apagó la veladora y ella dormía ahora muy quietamente. Él ajustó su cuerpo al de ella y reclamó, con los párpados apretados, el sueño: la paz animal, la unión profunda en el sueño con la mujer dormida.

Prohibiciones con Pesos y Medidas Diferentes


Quizás aquí haga clamorosa falta, por ejemplo, la adicción de higrómetros que puedan medir la humedad ambiente que afecta las cavidades craneanas de algunos, y hasta quizás sea necesario introducir en ellos el uso de algunos dispositivos electrónicos competentes que la mantengan constante, corrigiéndola cada vez que ésta se exceda o mengüe, pues a esta altura de la vida ya no se puede trabajar más a ojo y palmo, tacto y olfato, necesitando dejar afuera otros procedimientos atrasados y poco tecnológicos que inhiben las ideas en la hora de crear las leyes que, luego de aplicadas, originan sentidas razones de queja contra la inmisericorde política designada en las ordenanzas.

Ya que hablamos en materia de ordenanzas, sin duda algunas que éstas cargan con ciertas culpas propias, así como a la inocencia y a la ingenuidad tantas veces le han sucedido. Estatutos creados en la más rigurosa imparcialidad de juicio, raíz maligna de las otras, ha sido pensar que ciertos gustos y necesidades de los contemporáneos, mismo arriesgando un atizar inoportuno en la adormecida hoguera de las conflictivas relaciones históricas entre el capital y el trabajo, o entre el cuerpo y la mente, pensando tal vez que estos preceptos se mantendrán inalterables “per omnia saecula saeculorum” o, por lo menos durante toda la vida, lo que viene a ser lo mismo, si reparamos bien.

Pues bien, apartándonos de todo este palabreado por muchos ya clasificado de superfluo y redundante, ya noto en mis oídos las sentidas razones de queja con el surgimiento de una ordenanza de la isla turística de Mallorca, por la que se prohibirá circular por aquellas calles en bikini o traje de baño sin cubrir la parte superior del cuerpo… ¿Ya pensó?

Pues según lo informó la cadena de noticias “CNN”, está muy cerca de aprobarse una ley que prohibirá el uso de trajes de baño fuera de las zonas de playa de la capital de la isla, Palma. Es que la referida ordenanza se incluye en una sección titulada “etiqueta”, y establece que estará prohibido que cualquier persona esté “desnuda” o “carentes de ropa superior” en la vía pública. No en tanto, esta prohibición no se aplicará a paseos marítimos y calles adyacentes a la playa, conforme lo consigna la mencionada emisora norteamericana.

Caminando en mano opuesta a la posible nueva disposición española, me entero de que Kalyn Thompson, una profesora de 25 años moradora del estado norteamericano de Oklahoma, está siendo acusada de dar nota alta para un alumno posteriormente al momento que el estudiante practicara sexo con ella. Es que este mal alumno, de 18 años, había sido reprobado en inglés en el semestre anterior, pero acabó recibiendo nota 98 luego de relacionarse más profundamente con la profesora.

Se cuenta que ella se demitió de su loable función educativa en mediados de abril, según las informaciones del periódico británico “Daily Mail”, quien menciona que la demisión ocurrió después que las intensas “actividades extracurriculares” de Kalyn comenzaron a ser investigadas por la dirección de la escuela.

Conforme informa el mencionado periódico, luego después ella fue detenida por la policía y libertada en seguida de pagar fianza de US$ 35 mil. El relacionamiento entre ambos fue descubierto por causa de las tórridas mensajes de texto intercambiadas entre la docente y el alumno, ya que las conversaciones comenzaron en diciembre de 2013, fuera de la escuela, según afirmara el ardiente estudiante.

Al aplicarse las ordenanzas locales, Kalyn terminó por ser acusada de estupro en segundo grado, por cuenta de las relaciones sexuales ocurridas en marzo de 2014 entre ella y el estudiante; ya que en Oklahoma no es permitido que profesores tengan relaciones sexuales con alumnos y ex alumnos menores de 21 años, aunque en ese mismo Estado la edad para el sexo consentido entre adultos sea de 16 años.

No sé por qué, pero todo esto me recuerda otra cosa, más exactamente sobre la humilde mujer con hechos notables llamada “la Pasionaria”, cuya exactitud exhibo ahora con detalles sorprendentes: su nombre real, Dolores, quien, en verdad, una vez terminada su etapa de exilio en Rusia, volvió a España como “la Tintorera”, puesto que tenía una tintorería en Madrid… ¡Abismal!

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