Abrázame


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Creo que no existe manera más bonita de poder decirle a alguien que le quieres que no sea abrazándole. Pues bien, yo admito que a mí me gusta infinitamente cuando tú me abrazas como si fueses un tesoro de ascua encendida.

Tal vez esa vana emoción mía, sea porque en realidad presumo que aún sigue pareciéndome sorprendente y más aún un enigma inexplicable, la dichosa sensación de poder rodear con mis brazos al ser que considero lo más preciado del mundo, y poder sentir en mí esas ondas que tienen vaga armonía de jazmines en flor.

Es más, no ha de faltar un necio que al oír esto se haga cruces, pero no quiero que, súbita, presumas que esa es la única sensación que me cautiva, porque hay otras, como cuando sonríes, que matas de vez mis tristezas, o como cuando enciendes tu dulce mirada, con la que eres capaz de hipnotizarme si me tienes por delante.

Me encadena a tu vida esa tu risa linda, mujer mortal, ese disonante estruendo de desenfreno que acaricia mi oído como nota de remota música o el eco de un suspiro, la cual puede ser interpretada como la melodía más hermosa con la que alguien puede romper el silencio más incómodo, como lo es ese enjambre de abejas irritadas que guardo en un oscuro rincón de mi memoria.

Pero te afirmo con orgulloso sentimiento, que querer y amar tienen para mí de la misma magnitud, sin diferencias, aunque si tú me quieres, no me recortes. ¡Quiéreme todo, o no me quieras!

Si me quieres, quiéreme entero, no por zonas de luz o sombra. Quiéreme en negro o blanco, en gris o verde, sin rugosidades o con arrugas. Quiéreme de día o quiéreme de noche, con la ventana abierta, durante la madrugada con luna pero sin estrellas.

De lo poco de esta vida mortal que me resta y de la eterna que me toque, si es que algo me toca, bastará para mi vanidad saber que me has querido y me quieres y a los otros de mi le has hablado.

Acaso hoy tenga alegre mi congoja y triste el vino, en vano es continuar luchando ya que no hay señal capaz de encerrar mis quimeras, y apena por veces quedo perplejo con saber que nadie nota la maravillosa persona que eres. Y qué mal por ellos. Y qué afortunado yo.

La Felicidad


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La felicidad nace en el interior de las personas. Ella no depende de cosas externas o de otra gente. Si bien debemos reconocer, que cuando nuestra felicidad y la sensación de seguridad pasa a depender del comportamiento y los actos de los demás, es evidente nos tornamos vulnerables y luego podemos sufrir con facilidad.

Claro que no es posible hablar por los demás, pero lo que en este caso es realmente importante, es lo que nos incumbe. Por tanto, toda persona debe preocuparse de sí misma, de convertirse en un todo, ya que desde siempre todos tenemos lecciones que aprender. Pero, eso sí, uno debe aprenderlas una a una, por orden, sin prisa. Sólo así podremos saber qué necesita la persona que tenemos cerca, qué le falta o qué nos falta a nosotros para ser un todo.

Creo que gracias al mar, las arenas, al viento golpeando mi rostro, y, por supuesto al buen vino y a la suerte, logré comprender algo de la naturaleza del yo. Me refiero al yo verdadero, que es inmortal y no una copia manifiesta de lo que sea y que poco o nada nos ha de servir para conocer realmente la felicidad.

Al entenderme al fin con mis ocultas voces clamorosas y gimientes, descubrí que eso era justamente lo que me ayudaba a ver las cosas siempre desde una perspectiva adecuada, mismo que ello fuese una evocación alucinada quizás más sonante que cantante.

Haciendo gala de su virtud educadora, algunos afirman que todos necesitamos conocernos para ver claramente, sin las distorsiones que son proporcionadas por la mente consiente o subconsciente. Empero, para lograrlo, tenemos que cultivar la práctica de la meditación, la visualización, la observación distanciada de los hechos, la percepción tranquila de lo acontecido. En fin, una búsqueda sobria de las sensaciones causadas por amor y del cariño desde la distancia o el distanciamiento del amor, que en suma es, lo que nos permite entender a quién nos ama.

En última instancia, la manera de tratar a los demás en las relaciones es infinitamente más importante que lo que hemos acumulado materialmente, ya que, indudablemente, podemos ganar y perder muchos objetos materiales a lo largo de la vida, de la misma manera como perdemos a quienes amamos; no obstante, en este caso palmario, los ecos de sus voces nos seguirán y nos perseguirán “per omnia saecula seculorum”.

Por veces nos cuesta mucho sentirnos felices, y esto se debe a que generalizamos y establecemos despóticamente grupos o tópicos, y tal actitud es lo que hace imposible que consigamos ver a otros individuos por sí mismos, sin fantasías ni vestidura. Las suposiciones erróneas arraigadas en el pasado ocasionan una percepción distorsionada de la realidad. Con todo, como la experiencia tiene mucha más fuerza que las creencias, uno debe descartar las creencias y los pensamientos caducados.

Como negar que, al parecer, la diferencia entre hombres y mujeres son insalvables. Innumerables libros, películas y programas de auditorio ya se han encargado de subrayarlo con letras mayúsculas, y es evidente que existe un abismo infinito entre los sexos que se manifiesta en nuestra forma de pensar y en nuestro comportamiento.

Lo cierto de todo esto, es que los diferentes géneros no ven el mundo del mismo modo, y hasta da que pensar si no es el sol quien se los ilumina de diferentes ángulos.

Científicamente hay una explicación: por ejemplo, la testosterona, la hormona masculina, es la que inclina a los hombres hacia la agresión y la competitividad, en lugar de la cooperación, hacia la propiedad del territorio y de la familia. Pero del otro lado de la luna está el estrógeno y la progesterona, las hormonas femeninas, las que parecen fomentar la sensibilidad, la comunicación, en lugar de la competición, un menor deseo de agresión y una mayor ansia de protección.

¡Válgame Dios!… La verdad es que me siento óptimo y soy feliz, y creo que luego de todo esto la invitaré a volar.

Encuentro


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La noté muy quieta, mirándome fijamente, aunque no se percatara que su lindo rostro delataba todo el color de sus sentimientos. A mí me dio las sensación que se encontraba muy afligida por algún motivo, pero no por eso dejaba de ser una mujer bellísima.

Sus gráciles ojos verdes brillaban como si estos fuesen un delicado par de botones de jade engarzados sutilmente en su semblante. No lo hacía de exprofeso, pero sus labios entreabiertos dibujaban una mueca de extasiada candidez.

Mismo así, atónito a causa de su lindura, recelé ver un par de lágrimas furtivas a resbalar por sus claras mejillas. Observarla frente a mí, era como si yo mirase la luna, y hasta me parecía ver perlas en su rostro. Ni la nieve más blanca, blanquísima, era tan linda como su sonrisa.

Medio perdido en medio a estas meditaciones, el canto de mi voz se ahogó de vez en mi garganta. Quedé mudo y se hizo entonces un silencio enorme. Imaginé que ambos éramos parte presente de una de esas pinturas que cuelgan de las paredes en una quietud eterna que los frenéticos del mundo no se animan a quebrar.

El nuestro era un efímero encuentro donde no reinó la palabra. No había necesidad de corromper la mirada. Ellas lo decían todo. Poco a poco regresamos los dos al fluido del tiempo, cuando entonces ella sonrió y yo pensé que era un pedazo de sol que caía entre mis manos.

Inquieto, se me ocurrió mirar hacia la inmensa pradera que se extendía en soledad en dirección certera hacia un horizonte infinito buscando indicarle tanta hermosura, pero al volver la vista hacia ella, había desaparecido.

Me quedé con la certeza de que había existido un corto paréntesis de silencio entre sus manos y mis manos, entre su mirada y mi mirada. Una frontera de palabras que no llegaron a ser dichas entre sus labios y mis labios. Sin duda hubo algo que permaneció brillando así de triste entre sus ojos y mis ojos.

No tuve tiempo de decirle que no la quería para llenar mi soledad, eso sería mucho egoísmo de mi parte. Ella se marchara antes que yo pudiera decirle que la quería para completarnos la existencia.

Revelación


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Siento necesidad de decirte que siempre me ha gustado la calma que nos concede el tiempo; quizás hoy aún más, porque creo que lo de ayer entre nosotros fue como un huracán, a pesar de estar propenso a creer que era el viento abriéndonos camino.

De cualquier manera, tú no imaginas como me gustó sentir esa sensación peregrina. La podría cotejar a ojos vista con el mismo agrado que da poder cuidar del jardín y decorar la casa con flores que en él florezcan, o cultivar en el fondo del patio el condimento que le dará sabor a la vida, que no son más que manías para evitar a todo coste gozar de las primicias de la soledad.

Del mismo modo, como cada crepúsculo suele ser un artilugio de sobrevivencia, me place poder echarme a la sombra de un árbol, o tal vez recostarme en una hamaca y disfrutar de los contenidos de un libro, o acostarme en el sillón a cualquier momento y ver una buena película, reír o llorar. Pero eso sí, teniendo siempre en la memoria los momentos de intenso amor que hemos vivido, y saber que en este mundo hay alguien que ya no puede vivir sin mí.

Y créeme, lleno de esas huellas que son reveladoras de mis sentimientos, para externar lo cuanto me agradan esas sensaciones que me han tocado en suerte después que te conocí, no han sido pocas las veces que me he dedicado a escribir en la tierra húmeda, miles de frases tontas de amor que nunca se han de desvanecer.

Sin embargo, después de ayer, lo que ahora más quiero en este instante, es abrir las ventanas y las puertas y dejar la brisa entrar, y luego echarme a dormir sin temor a la oscuridad… Preso a la circunstancia, poder tornar sueños en realidad… Amarte eternamente.

Y así, sin más, como una síntesis del tiempo, quisiera verte en sueños, en vigilia o dondequiera.