Volvió


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Había sido un sujeto optimista y animado que un lejano día partiera ilusionado en busca de su destino, sin saber a lo cierto cuándo lograría volver, y sin suponer si realmente alcanzaría a ver otra vez el refulgente sol y el amplio cielo como mar de su tierra.

Sin embargo, cierto día volvió. Pero regresara con una inmensa sombra gris en el alma, con el corazón hecho más de mil harapos a causa de ese tipo de desdichas gratuitas que nos dona la vida. Volviera con el espíritu doblado por la congoja, tal cual se doblan a veces las sensibles ramas del sauce cuando lo castiga el viento invernal.

Retornó con una triste mueca que hacía más de quince años había sido sonrisa. Ese tipo de gesto infortunado que muchos dirán que oscila entre la desdicha y el agobio. No obstante, haciendo frente a su trance fortuito, él ni siquiera había aprendido a sentir melancolía. Mucho menos rabia.

La esencia de su problema radicara en que un día su espíritu no aguantó más ni el dolor ni la alegría planificada, esos tipos de gestos característicos que son obligatorios por decreto, con fecha fija.

Hoy noto su ascético cuerpo deambular por las calles de mi barrio tal cual un ser alado, aleteando por ahí entre las sombras de los árboles como si él fuese un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y a su vez como un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso.

Una y otra vez lo saludo y él me responde siempre con una sonrisa, un cabeceo conformista y una mirada de otoño casi a la puerta del invierno, lacrimosa, como suele ser de costumbre a esa edad, pero eso sí, inteligente.

Por veces paramos para conversar sobre amenidades, pero noto que nuestras palabras se cruzan, vertiginosas, como si ellas fuesen meteoritos, o acariciantes como copos de nieve. Las sujas son apenas sílabas que se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nevada, circulan el aire y su expectativa.

A pesar de ello, de tanto mirarlo y observar sus gestos, me he dado cuenta que el ambiente, la gente en las calles, la tristeza o el regocijo en los rostros de la muchedumbre, el sol o la lluvia sobre las multitudes, lo cansan con su entusiasmo fingido y sus fallas de sintaxis.