Anticipo que tiene este caso una elemental explicación, mismo que por veces nos cueste trabajo entender tanto interés por ciertos sucesos, ya que no resulta en pequeño embarazo el tener que descifrar sentidos, y mayor aun si nos faltan las letras de un alfabeto con el que se forman las palabras.
Dejando un poco de lado estas filosóficas reflexiones mañaneras insustanciales y ñoñas, el asunto al que me atengo, es que recientemente, ya que seis décadas en la historia no resulta mucho tiempo, un acontecimiento entrara para los compendios enciclopédicos como uno de los banquetes más inverosímiles de la era moderna; aunque así mismo es de preguntarse si será verdad que realmente los exploradores se comieron un mamut en 1951.
Cuenta la leyenda, claro, que cierto día los integrantes del “Club de Exploradores de Nueva York” se sentaron a la mesa para apreciar un suculento piscolabis de mamut que había estado perfectamente preservado en hielo durante millares de años.
Tales cenas estrafalarias que frecuentemente eran distinguidas por los socios exploradores de dicho club, incluyendo a Neil Armstrong, se tornaron legendarias por causa de sus platos exóticos, como lo eran los bocadillos ojos de cabra y tarántulas fritas; sin embargo, el mamut que fue servido en 1951 llegó al auge de los alimentos para allá de extraños que fueron servidos a los poco miedosos participantes.
Empero, quiso la eventualidad que luego de un análisis realizado en el DNA de un fragmento de lo poco que sobró del mencionado banquete, científicos descubriesen que lo que ellos realmente habían estado comiendo aquella noche eran tortugas marinas.
Evidente que, sentados alrededor de la mesa, en su debido momento los viejos expedicionarios tuvieron sus opiniones y divergencias cuanto al menú; pero resulta que en una publicación que apareció hace muy poco en la revista “PLOS One”, los modernos investigadores afirman: “El museo ‘Yale Peabody’ posee una muestra preservada de la carne que fue consumida durante aquella cena de 1951, descrita en el lugar donde se alberga como siendo la de un “perezoso gigante” de América del Sur (también llamado de Megaterio), y no de mamut”… Por lo que no estamos hablando de cualquier político de media cuchara.
La referida materia periodística también incluye el siguiente comentario: “Nosotros analizamos un fragmento del “citocromo-b” mitocondrial y estudiamos los diversos materiales archivados en el museo para verificar la identidad del bicho que está escrito en la etiqueta, por lo que si fuese verdadera tal identificación, eso aumentaría el tamaño del Megaterio en más de 600% y por tanto alteraría nuestra visión en relación a la evolución de los perezosos”… Mismo que hoy día uno los encuentre en cada esquina.
“Naturalmente, el resultado de nuestros estudios indicaron que la carne servida en aquella cena no era de mamut ni de Megaterio, y sí de tortuga verde de mar (conocida como Chelonia mydas). Así que, la cena pre histórica fue, probablemente, un excelente golpe publicitario elaborado y orquestado por esos exploradores”.
Uno por veces tiene que dominar esa tendencia discursiva que nos oprime el pecho; por tanto, delante de los paradisiacos talentos de esos exploradores de antaño en busca de más certeza sobre la inmortalidad de sus hazañas, lo que se aconseja en verdad, es ser prudente y no comenzar a rastrillar cualquier tipo de incoherencias cognitivas que aun insisten y persisten en confundir ondulaciones que esconden el paisaje fecal dejado por estos mastodontes… ¡Gigantesco!
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