Hipnotizados


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No es de admirarse que ya nadie se enamore de nadie. En todo caso, cuando nos roza un proyecto rudimentario de eso que los famosos estudios de Hollywood suelen llamar amor, entonces alguien menciona el futuro y de repente se nos cae la estantería. No exclusivamente a mí. Me refiero a todos los que gozan del amor despabilado y simple, no el de los peliculones azucarados de Hollywood ni el de los llorosos culebrones mexicanos o turcos sino el posible, el de la cama monda y lironda.

Nunca ha sido confirmado que los ángeles no hacen el amor, pero no por eso ha de significar que ellos no lo hagan de la misma manera que los mortales. A pesar de que existe otra versión, también no confirmada pero sí más verosímil, la cual sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón de que carecen de los mismos, ellos lo celebran en cambio con palabras, vale decir, con las apropiadas para casos celestiales.

Esto hace posible imaginar que cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias tanto galácticas como terrenales, empiezan por mirarse sin llegar a hipnotizarse, cuando no pierden oportunidad para seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, han de ser angelicales.

Considero, por tanto, que sus palabras se cruzarán de manera repentina como meteoritos que caen del cielo, pero a su vez acariciantes y suaves como si fuese una brisa de primavera. A más, las frases que ellos intercambien han de impregnarse de una condensación idílica cuando, aquí y allá, entre nubes de nieve y algodón, circularán el aire y su expectativa.

Por otro lado, aquí en la tierra, existe gente que con sólo decir una palabra enciende la ilusión y los rosales; que con sólo sonreír entre los ojos, nos invita a viajar por otras zonas, a otros cielos, y nos hace recorrer toda la magia.

Son ese tipo de personas que solo con darnos la mano rompen la soledad, nos interrumpen la respiración, hacen nacer mariposas en el estómago, coloca guirnaldas en el espíritu y su voz genera una sinfonía de entrecasa. Tan sólo con abrir la boca nos llega hasta los límites del alma, alimenta una flor, inventa sueños, nos hace tararear la canción del ensueño y se queda después, como si nada.

Tal vez sea por esto que uno se va de novio con la vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe que a la vuelta de la esquina hay gente que es así, tan necesaria.