La Alarma


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Quiérase o no, uno siempre termina por acostumbrarse a que cuando suena la alarma interior que llevamos dentro y ésta se ha convertido en un estilo de vida que nos obliga a vivir en un permanente estado de alerta, casi siempre la imaginamos la antesala de la muerte.

Todos entienden por alarma, la señal o el aviso que nos advierte sobre la proximidad de un peligro cualquiera, por lo que debemos seguir ciertas instrucciones de emergencia dado que se ha presentado una amenaza inminente.

No me refiero exactamente a ese fragmento virtual que está instalado en el corazón de un individuo apasionado, visto que, técnicamente, intuimos que un sistema de alarma corresponde a un dispositivo material de seguridad pasiva, aunque estos aparatos no eviten tener que enfrentarse a una situación anormal, pero que sí están aptos para advertirnos un peligro, cumpliendo así, una función disuasoria frente a posibles problemas anormales para el usuario.

Sin embargo, dentro del desvarío humano que causa el amor, hacemos oídos sordos a nuestra alarma inmaterial, aunque por veces ésta también suele fallar, y existan casos extremos en que el alerta tácito no ocurre de modo alguno, por lo que dejaría nuestros sentimientos a la intemperie para sufrir las inclemencias de la pasión, otro tipo más endémico de la antesala segura de la muerte.

En algún día de nuestra vida, a todos se nos ocurrió jugar con el fuego de la candela durante el desarrollo de alguna conquista amorosa donde, mismo sabiendo que la relación no era exactamente lo que soñábamos, seguíamos enfrente con la firme esperanza de que la relación pudiese funcionar mañana, y así continuamos a jugar con fuego pensando que nunca nos quemaríamos, rebuznando ante los señales de alerta que nos avisaban que ese tipo de amor no nos convenía, y, de oídos sordos, convertirnos en una letra de tango de un vals de una nota sola en indiferente melodía.