Un Censo Fantasmagórico-libidinoso


¿Tiene lógica? Inmediatamente me obligué a cuestionarme, al enterarme de esta noticia. Era como si acabara de leer un trecho del libro de Jean Finot, “La filosofía de la longevidad”, una obra repleta de una doctrina filosófica tan sentimentalmente macabra, que parece extraída del sueño de un sepulturero morfinómano. Al final de cuentas, esos cavadores sin alma, afirman que la vida no es más que gusanos nacidos de la descomposición del cuerpo humano… ¡Hilarante!

En este caso, si lo que ellos afirman tiene lógica, concordemos por un momento que todo sea materia. Sin embargo, existe forma y forma, modo y modo, cualidad y cualidad. Existe la piedra y el éter imponderable. Por ejemplo, en mi propio cuerpo tengo uñas, dientes, pelo, el delicadísimo tejido ocular, a pesar de que algunos –entre ellos, mi madre- afirmen que lo que no tengo, es sesos, pero esa es otra cuestión que extrapola esta crónica y tendrá que ser debidamente discutida en otro momento.

Pero no estoy aquí para controvertir ideas sobre naturaleza, materia, éter, almas y cualquier tipo de hipótesis que obliguen a mi estimado lector a largos ejercicios de raciocinios y el menoscabo de sus neuronas fatigadas. El caso es, que se sabe que algunos tipos de insalubridad mental, es contagiosa, y este debe haber sido el caso de una funeraria de la ciudad colombiana de Medellín, que recientemente abrió un censo de fantasmas. Parece que hasta el momento, relevaron 215 entidades espectrales, y les llueven encargos internacionales… ¡Sensacional!

¡Eso mismo! Doscientos quince fantasmas han sido ya censados por la Funeraria Betancur, de Medellín, que decidió comenzar con esta iniciativa, para recuperar el patrimonio histórico a través de la vida de los difuntos, de acuerdo con lo que informó el vocero de la compañía.

Fundada en 1912, la Funeraria Betancur cuenta con un amplio catálogo de servicios, entre ellos, el del entierro o incineración de mascotas, a raíz de lo cual surgió la idea del “censo fantasmal”.

“Por un lado tenemos una funeraria muy antigua, y todos hemos escuchado historias de fantasmas durante toda la vida. Muchos de los clientes de la funeraria nos han contado sus historias y, por otra parte, vimos que los fantasmas eran muy importantes en cuanto a la recuperación del patrimonio histórico y cultural”, terminó por explicar a la agencia de noticias EFE, el director de la funeraria, William Betancur.

Intentando ayudar el preciado leyente en la comprensión incomprensible del alegato, es que para llevar a cabo su dictamen, esta clásica funeraria medellinense recoge todos los reportes sobre posibles apariciones y luego se desplaza hasta los lugares indicados “para comprobar que existen esas entidades”.

Este señor Betancur declaró: “Primero nos reportan el fantasma por teléfono o correo electrónico, nos cuentan la historia; y si la familia tiene una casa encantada donde se den las manifestaciones, nosotros nos desplazamos y tratamos de sacar pruebas mediante grabaciones, fotografía o vídeo”. El director destaca aun la importancia que tienen los fantasmas para explicar el patrimonio de la capital de Antioquía, ya que tratan de averiguar cuál es la relación entre las apariciones y el lugar donde se encuentran… ¿No serán alucinaciones decurrentes de aspirar el inmaculado y albo polvo de Medellín?

“Es muy importante ver la relación que hay entre la entidad o en ese edificio, porque por ejemplo, en el censo que llevamos hasta el momento, hemos descubierto que hay sitios que tienen una calidez muy amplia para las manifestaciones, como parqueaderos (estacionamientos), o el edificio de la Gobernación”, añadió.

Según éste alucinado director, el censo de los fantasmas que maneja la Funeraria, se divide en tres grupos: manifestaciones luminosas (bolas de luz, destellos), manifestaciones sonoras (pasos, quejidos, voces) y manifestaciones visuales, que permiten ver al fantasma con claridad y de las cuales ya han sido contabilizadas 23.

La cosa parece que marcha de viento en popa, porque aunque comenzaron trabajando solamente en Medellín, el hombre insiste en afirmar que reciben decenas de llamadas diariamente, no sólo de otras ciudades, sino también de otros países.

Pues bien, enterado que ha quedado, aquí y ahora, el lector podrá esgrimir el temple de sus patologías adquiridas en la infancia, excluyéndoles, obviamente, las viciosas intervenciones terapéuticas y, lo que es mejor, sin aquellos rancios pedagogos de la Nada, que vivían a repetir conceptos sin jamás cuestionarlos. Sólo así podremos salir en defensa de una comunidad carente de informaciones tan vitales para la consolidación del estofo cultural de la región… ¿O estoy equivocado?

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